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¿Qué estamos haciendo con nuestra herencia musical?
por José Silva Hernández
Con todo amor y respeto escribo este artículo, porque siento la necesidad y responsabilidad de hacerlo. Está dirigido especialmente al liderazgo cristiano, a pastores y ministros de música, aunque el tema compete a todo el cuerpo de Cristo.

Con todo amor y respeto escribo este artículo, porque siento la necesidad y responsabilidad de hacerlo. Está dirigido especialmente al liderazgo cristiano, a pastores y ministros de música, aunque el tema compete a todo el cuerpo de Cristo.

Creo que todos reconocemos que el ministerio de adoración y alabanza ha sufrido un cambio notable en la última década. Estoy de acuerdo con el progreso, la innovación y los cambios positivos en los diferentes ministerios, siempre y cuando sirvan para acelerar la evangelización del mundo y la edificación de la Iglesia; por ejemplo, el uso de computadoras, sintetizadores, etc. Pero cuando pretendemos hacer otros cambios, en particular en el campo de la liturgia, creo que debemos tomar en cuenta la historia de la Iglesia y la importancia de la Palabra de Dios referente a lo que a Él le agrada y espera de nosotros, tal como aparece en Efesios 5:18, 19 y otros pasajes bíblicos.

Me pregunto y pienso que a lo mejor muchos también lo han hecho: «¿Por qué actuamos como si tuviésemos el control absoluto de la alabanza y la adoración?» Como ya lo dije antes, creo en la innovación en el campo musical. Pero, ¿será correcto y necesario hacerlo con la exclusión de la música tradicional, de la himnología? ¿Por qué no pueden convivir o armonizar dos o más estilos de música dentro de la Iglesia del Dios vivo, tal como lo dice Efesios 5:18 y 19? ¿Con qué autoridad unos desechan los nuevos cantos de alabanza y adoración que han traído nuevo vigor y alegría a la Iglesia? ¿Y por qué otros, en cambio, desechan los himnos tradicionales que tanta bendición han traído a generaciones de creyentes en el pasado? ¿Con qué nuevo coro pretendemos reemplazar himnos que exaltan el poder de la sangre de Cristo como «Qué me puede dar perdón», «¿Quieres ser salvo?», «En la Cruz», etcétera, o himnos de consagración como «Todo a Cristo yo me rindo»? ¿Y por qué consideramos necesario eliminar o ignorar coros nuevos como «Yo quiero ser un adorador», «Entra al Lugar Santísimo», «Te pido la paz», etcétera, que nos ayudan a adorar a Dios con un estilo novedoso?

¿Qué tal si asumiésemos la misma actitud ante la Biblia y suprimiésemos la lectura del Antiguo Testamento, porque somos la Iglesia del Nuevo Testamento, o viceversa, como lo hacen los judíos no mesiánicos? Quedaríamos con una Biblia incompleta.

Creo que ya es tiempo de que pastores, compositores y líderes de música oremos, nos pongamos de acuerdo y actuemos con madurez espiritual y conocimiento bíblico, respecto a este importante tema que ha estado dividiendo a la Iglesia en la última década. Seamos realistas pero, a la vez, bíblicos. A la juventud (y a muchos adultos como yo) les agradan los nuevos cantos de alabanza y adoración. Pero no olvidemos tampoco que en muchas congregaciones asisten adultos como yo, que se levantaron desde niños y jóvenes alabando a Dios con los himnos tradicionales, que hoy nos sentimos frustrados, incluso perdónenme el término «robados» de una herencia musical, al haberse suprimido totalmente los himnos que aún amamos, y pensamos que a Dios mismo no le desagradan y quiere escucharlos.

¿Quién nos puede asegurar, teológicamente, que los nuevos coros son mejores que los himnos o que los coros no son bíblicamente inspirados? Dios no nos inspira a través de su Espíritu Santo ni nos da dones o talentos para la competencia sino para el enriquecimiento y la edificación de su amada Iglesia. El Dios de la revelación, que nos dio el Antiguo y el Nuevo Testamento, no desecha ni el uno ni el otro. Él no nos dio una rica himnología y coros para ser sepultada en el mar del olvido o la competencia. Tanto los himnos tradicionales como los nuevos coros pertenecen como herencia divina a la Iglesia de Cristo y tienen su lugar dentro del culto de adoración y alabanza. El balance siempre es bueno y damos gracias a Dios por las iglesias que sabiamente están combinando estos dos estilos de adoración, conforme a Efesios 5:19.

Está bien y es agradable remozar la música de un himno antiguo con un estilo contemporáneo, tal como lo ha hecho el conocido cantante norteamericano Carman. Me encanta cuando Marcos Witt presenta en sus conciertos una mezcla y canta himnos tales como «Hay poder» y «Cuán grande es Él». He visto el regocijo de la gente al acompañarlo, es como si de pronto hubiesen encontrado a un viejo amigo y le dijesen: «¡Qué gusto verte de nuevo!»

Para finalizar, deseamos resumir lo antes dicho. Los pastores que se aferran sólo a los himnos tradicionales y no le dan cabida a los nuevos coros de adoracion y alabanza se están perdiendo una gran bendición, lo mismo que aquellos que se aferran solamente a los nuevos coros y eliminan los bellos himnos del pasado que son también para el presente, sino que lo diga la letra de «Firmes y adelante». La coexistencia de ambos estilos musicales es esencial, necesaria y útil para la iglesia triunfante. No olvidemos que «...lo que Dios junta, no lo debe separar la Iglesia». ¡Bendiciones!

José Silva Hernández es un conocido pastor y conferencista internacional.

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